25 de febrero de 2013

Sentimientos e historias acerca de la renuncia del Papa

En los últimos meses nuestra "dinámica" de escribir en este blog se ha visto afectada por acontecimientos ajenos a nuestra voluntad o control. En Diciembre teníamos pensado compartir unos cuantos escritos acerca de la Navidad. Pero la matanza de niños inocentes en Connecticut nos llenó de tristeza e impidió escribir. Nos parecía -¡y todavía nos parece!- que hay acontecimientos que sobrepasan cualquier cosa que uno pudiera decir o escribir.

Cuando el tiempo fue sanando el dolor y nos disponíamos a compartir otra serie de escritos de variados temas, llegó al noticia de la renuncia del Papa, Benedicto XVI. En esos instantes compartimos nuestros sentimientos en un pequeño escrito que pusimos en el blog el 12 de Febrero. Pero después se nos acabó la "inspiración". Y nos dedicamos más bien a leer tantas y tantas noticias que inundan este mundo/sociedad de la información.

Por supuesto que la noticia de Benedicto hizo -y todavía hace- titulares, y los escritos se pueden contar por miles. Desde comentarios acerca del cierre de la cuenta de Twitter del Papa, o el costo de la residencia adonde se retirará, o la "crisis final" en la que se encuentra la Iglesia. Es igualmente posible leer acerca de las "apuestas" que se hacen acerca de quién será el nuevo pontífice, qué cardenales son los favoritos de tantos "expertos", qué cambios deberían ocurrir en la Iglesia... Y más allá, por supuesto, las agresiones de siempre, llenas de odio y veneno hacia la Iglesia. Esas que son cotidianas, pero que con esta renuncia papal encuentran nuevos combustibles para continuar el abierto ataque contra la Iglesia.

Este pasado domingo, después de misa, conversábamos con una amiga cubana que también va a nuestra parroquia del Carmen aquí en Ottawa. Y de pronto se echó a llorar y nos dijo: "Es que yo me siento muy triste con todo esto que está pasando en la Iglesia. Tantas crisis, tantos escándalos... ¿Adónde vamos a parar?".

Nos impresionó la profundidad de fé y sentimientos de esta amiga, y su fidelidad y corazón hacia la Iglesia. Claro, también nos dolió verla sufrir. porque uno como que espera que los pastores de la Iglesia sean eso: verdaderos pastores que nos ayudan y guían en nuestro caminar hacia Dios.

Lo único que podemos decir, desde lo profundo de nuestras convicciones, es que NO deberíamos preocuparnos tanto por lo que está pasando. Al menos no preocuparnos demasiado. Tenemos que interiorizar que la Iglesia no la sostiene el carisma de un líder, o la fuerza de un ejército poderoso, o las riquezas de este mundo (aunque desgraciadamente, en determinados momentos de la historia, algunos en la Iglesia han apostado por el poder, el prestigio o el dinero). Lo que tenemos que interiorizar, con fe y con alegría, es que la Iglesia la sostiene el mismísimo Espíritu Santo, y que Jesús bien nos ha dicho que las puertas del Infierno NO prevalecerán en contra de ella.

No nos dejemos arrastrar a las tantas conjeturas y acertijos en los que se desgastan los medios de comunicación. La "dinámica" del Reino de Dios NO se mueve en esas coordenadas. Dejemos nuestras preocupaciones e interrogantes en las manos de Dios, y pidámosle a María (que también tiene que haber sufrido en su vida tanta incertidumbre al ver transcurrir la vida de su Hijo) que nos de la fe de aceptar los designios a veces "incomprensibles" de Dios. [Incomprensibles en el sentido que no los podemos entender a cabalidad].



En medio de tantas opiniones, un amigo nos mandó por email, el siguiente escrito comparando el final del papado de Juan Pablo II y Benedicto XVI. El lector puede juzgar como lo prefiera, pero nos parece una opinión mesurada y válida, que se acerca a la vida de estos dos grandes colosos de la Iglesia desde perspectivas interesantes. Terminamos compartiendo este escrito, que esperamos les ayude a ver otro ángulo de la historia.


Juan Pablo II y Benedicto XVI ante la renuncia

(Escrito publicado el 15 de febrero de 2013 por Francisco Ugarte Corcuera, Doctor en Filosofía y Vicario del Opus Dei para México).

Mucha gente se ha preguntado por qué Juan Pablo II no renunció, cuando su salud estaba tan deteriorada, y, en cambio, Benedicto XVI lo hace, cuando no ha llegado a una situación tan extrema como la de su predecesor. Pueden darse, entre otras, tres respuestas a esta pregunta, que dependen, asimismo, de tres enfoques diferentes.

En primer lugar, quienes acostumbran juzgar los acontecimientos negativamente -porque así se llama más la atención de la opinión pública, o porque ese enfoque responde a un estado interior negativo y amargo proyectado en esa dirección-, afirmarán que Juan Pablo II no fue capaz de desprenderse del cargo por afán de poder, y que a Benedicto XVI le faltó valentía para continuar con la carga que pesaba sobre sus hombros.

En segundo lugar, se presenta el enfoque maniqueo, que todo lo percibe en términos disyuntivos (bueno o malo, blanco o negro), y que no admite que situaciones análogas puedan encerrar soluciones diferentes pero positivas. En este caso, si Juan Pablo II actuó bien al no renunciar, entonces Benedicto XVI procedió incorrectamente al hacerlo; o viceversa.

Cabe, en tercer lugar, el enfoque positivo, propio de quien tiene la capacidad de descubrir los elementos favorables que pueden presentarse aun en situaciones aparentemente contrarias. Esta mentalidad -que no implica cerrar los ojos a la realidad-, responde a la capacidad de ser optimista, facultad indispensable para construir cualquier proyecto valioso. Ciertamente esto no está de moda y, dicho sea de paso, es probable que sea una de las razones culturales que dificultan el crecimiento integral de nuestro país. Pero volviendo a la pregunta planteada, esta tercera respuesta la encontramos en unas frases expresadas por el propio Benedicto XVI en la declaración de su renuncia.

“Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también, y en no menor grado, sufriendo y rezando”. Evidentemente esta afirmación no se entiende con criterios sociológicos y estadísticos, con los que se miden las realidades materiales y cuantificables. La iglesia es, ante todo, una realidad espiritual, fundada por Jesucristo para promover la santidad de los hombres, es decir, su unión con Dios y su amor al prójimo; lo cual pertenece al orden cualitativo no medible numéricamente, cuyos frutos dependen de factores espirituales, como son el sufrimiento y la oración. Desde esta perspectiva se entiende que Juan Pablo II haya optado por vivir los últimos tiempos de su pontificado abrazado a la cruz, es decir, sufriendo y rezando, porque consideró que de esa manera conseguía los frutos espirituales que correspondían a su ministerio.

Por otra parte, Benedicto XVI, consciente de que la iglesia es también una realidad que cuenta con factores humanos y organizativos, añadió en su intervención: “en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”. Y con este argumento, apoyado en el derecho de la iglesia que prevé la posibilidad de la renuncia, si el Romano Pontífice lo decide libremente, Benedicto XVI declaró, ante la disminución de su vigor en los últimos meses: “he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”.

Paradójicamente, en los dos casos, con soluciones opuestas, se descubre una coincidencia llamativa en función de dos virtudes: la humildad y la fortaleza. Juan Pablo II fue humilde al dejar en manos de Dios el fruto de su ministerio en su etapa final, apostando al valor del sufrimiento y de la oración. No le importó proyectar una imagen de ancianidad y decrepitud, contrapuesta a quien había brillado, precisamente, por su imagen atractiva de juventud, deportividad y buena presencia. Y nos proporcionó una lección admirable de lo que es sufrir con gallardía las enfermedades y el peso de la cruz, para servir de esa manera a la iglesia y a la humanidad.

Benedicto XVI, por su parte, ha tenido la fortaleza -que es valentía- para asumir una decisión difícil, que ponderó detenidamente delante de Dios, y la supo ejecutar en el momento que le pareció oportuno (por contraste con la tendencia, tan común hoy en día, de querer retener el poder a toda costa). Esta decisión incluye también una fuerte dosis de humildad, al reconocer y aceptar las propias limitaciones, con el convencimiento de que existen otros que tendrán el vigor que a él le falta, para conducir la barca de Pedro.

Ciertamente el acontecimiento se puede juzgar desde diversas perspectivas. Pero también parece claro que el enfoque positivo suele iluminar más la realidad y ser más constructivo. En este caso, hay motivos para adoptarlo.

1 comentario:

Abby dijo...

El P. Vandor, sacerdote salesiano, solía decirnos que en la Cuaresma no nos "fijáramos metas de mortificiones", sino más bien, que fuéramos capaces de aceptar aquellas que llegaran por sí mismas. Creo que en esta Cuaresma, la renuncia del Papa y toda la serie de comentarios que se han suscitado es la mortificación que ninguno querría estar viviendo. Veo emocionada las imágenes de la Plaza de San Pedro llena de gente (muchos jóvenes) dando apoyo a Benedicto XVI, rezando junto a él, y pienso que cada uno de nosotros, con la oración personal hecha en el lugar en el que esté, podemos convertir en GRACIA todo lo que estamos viviendo, podemos hacer un solo corazón "contrito y humillado" y vivir la Cuaresma de una manera maravillosa para prepararnos al gran acontecimiento de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. No olvidemos que tras todo Viernes Santo, llega la mañana de Resurrección.