1 de agosto de 2011

Me estoy quedando sin abuelos. Primera Parte

Hace un par de días, Carlitos Amador, gran amigo de nuestros tiempos de juventud, compartió con nosotros sus impresiones sobre la muerte de Monseñor Pedro Meurice. Nos gustó mucho, sobre todo porque ahonda en las facetas humanas de Meurice, en aquellas historias más humildes de la persona, quizás las aristas que olvidan muchos. Con su permiso publicamos aquí su escrito, y en una segunda parte incluiremos también una serie de fotos que él tomara durante la Misa de cuerpo presente en la Catedral de Santiago de Cuba. ¡Muchas gracias, Carlitos, por compartir con nosotros tantas cosas valiosas!

Me estoy quedando sin abuelos.
Por: Carlos Antonio Amador Rodríguez
Bayamo MN, 28 de julio del 2011 

"Carlitos tienes una llamada". Iba yo por el pasillo del Obispado, a ver que compraba para el almuerzo, y recibí este recado. Pásala al Salón de reuniones, dije, haragán al fin, para no caminar hasta el final de pasillo hacia la oficina donde trabajo.

Era mi madre desde Santiago de Cuba, que sólo pudo decirme antes de empezar a llorar: Murió Mons. Meurice, mijo, están tocando las campanas y colgó.
 
Sólo se me ocurrió pensar: Caray, me estoy quedando sin abuelos.
 
Y comencé a recordar desde cuando tenía memoria de conocer a Mons. Pedro.
 
Lo más lejano debe ser allá por los años 70 cuando se reunían muchos matrimonios con sus hijos en la casa de los Piñol-Navarrete y siendo un niño recuerdo a Meurice jugando coroto con un grupo de los hombres y al perder lo mandaron a darle vueltas al puerco que se asaba en el patio.
 
De adolescente y joven las convivencias en el Cobre tenían un momento que no podía faltar, la visita de Mons. Meurice, que se disponía a responder a las preguntas de los presentes, las que fueran, sin miedo, sin miedo a las preguntas y sin miedo a las respuestas.
 
Después fue Mons. Meurice de cuyos labios pude escuchar la homilía durante la Misa en recordación a mons. Romero, asesinado en El Salvador, donde afirmó que lo peor que se podía decir de Mons. Romero era que era un comunista, que era un obispo preocupado por los pobres y por su país.
 
Era la época, gracias a Dios pasada, de que cuando celebraba la Santa Misa en la Catedral de Santiago, fuera Misa Crismal, Domingo de Resurrección o Misa por la Paz el primero de enero, no faltaba la fanfarria de la banda tocando en el parque o un pipa de agua que en ese preciso momento se ponía a abastecer a la heladería de los bajos de la Catedral.
 
Lo recuerdo también como el obispo presente en toda la geografía de su extensa diócesis, presidiendo las fiestas patronales de las parroquias. Sus homilías eran momento de silencio total en los presentes. También con cuanta humildad hacía de chofer y nos daba “botella” en esos largos viajes para aliviar las incomodidades de los viajes.
 
La Misa con el Papa en la Plaza Antonio Maceo fue para mí todo un acontecimiento. Confieso que no me hicieron gracia los primeros párrafos de su saludo a Juan Pablo II pero sólo fue una duda momentánea, al seguir escuchando la claridad y la caridad con que retrataba nuestra realidad, la realidad de nuestro pueblo. Con inmensa alegría pude leer al cabo de los años una entrevista con Mons. Meurice en la que decía que él había nacido para ese día y yo creo que ese día quedará entre los tres o cuatro momentos que recordaré al hacer el balance de mi vida. También fui testigo de cuantos sinsabores le ocasionaron las consecuencias de estas palabras
 
En varias ocasiones tuve necesidad de consultarle y sus respuestas fueron de una claridad y una precisión aplastantes, sin dejar lugar a dudas y sin confundir con mucha verborrea.
 
La Misa de despedida de su ministerio episcopal fue toda una fiesta y sus palabras ese día tienen resonancias proféticas.
 
Una vez retirado parecía como si se hubiera quitado una pesada losa de su cabeza. Lo vi reír más y, al menos conmigo, se gastaba bromas acerca de mi esposa y de que el amor es ciego y a su vez con ella le decía que si yo la dejaba salir sola.
 
Mudado a la casa del Cobre, a los pies de la Virgen y sin capilla, para “obligarse” a caminar a celebrar la Misa matutina a las Calcutas y para cuantos encuentros estuvieran sesionando en la Casa de convivencias y luego la otra caminata a media mañana para las dos horas de meditación en la capilla de la Casa.
 
Algo que recuerdo ya de sus últimos meses fue al terminar una Misa en casa de las Calcutas e iba saliendo con la Hna. Mirta , de las Hermanas Sociales, con muchos años de fiel servicio a Mons. Meurice y le dije: Padre tiene la camisa desabotonada y me dijo con mucho desparpajo: Pues hazme el favor y abotónala tú. Y con una alegría profunda, desgranando en cada botón mi agradecimiento le abotoné la camisa como a un abuelo bueno y cascarrabias.

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