2 de marzo de 2011

ECUMENISMO SIN FRONTERAS EN LA UNIVERSIDAD DE ORIENTE

Cuando yo empecé mis estudios universitarios en Santiago de Cuba, los católicos éramos una verdadera minoría, y nos podíamos contar con los dedos de una mano. No es una metáfora ni una exageración: en Septiembre de 1989 habíamos cuatro católicos en la beca de Quintero, perteneciente a la Universidad de Oriente. Ese centro de estudios tenía entonces –de acuerdo a los datos que nos dijeron en la primera semana del curso- unos dos mil estudiantes. Entre ellos, y representando apenas 0.2 %, estábamos nosotros: Tere, de Manzanillo, estudiando el 5to año de Farmacia; Caco, de Las Tunas, estudiando Química (su nombre real era Armando, pero todo el mundo lo conocía por ese apodo); Castor, de Camagüey, estudiando el 1er año de Matemáticas; y yo, de Santa Clara, comenzando en Biología. 

Sobra decir que las relaciones entre nosotros eran como de hermanos, al ser tan pocos nos conocíamos bien y compartíamos muchas experiencias. Juntos asistíamos al grupo de jóvenes universitarios de la ciudad de Santiago de Cuba (que incluía estudiantes de los demás centros universitarios de la ciudad, en total seríamos cerca de una veintena o cosa así). Juntos participábamos de Convivencias, Retiros, Pascuas Juveniles, paseos. Juntos discutíamos muchísimo (especialmente Castor y yo… pero ésa es otra historia). La vida siguió su rumbo más allá de la Universidad, pero de alguna manera todos seguimos juntos. Tere y yo nos hicimos novios en Santiago, y luego al casarnos le pedimos a Caco y Castor que fueran testigos de nuestra boda. Castor no pudo venir –por esas “cosas” del transporte en 1993- pero pocos años después, siendo sacerdote, visitó Manzanillo y bendijo nuestra casa. Hace años que no tenemos noticias directas de Caco y Castor, pero, dondequiera que estén y cualquiera que sea su vida, desde aquí les mandamos un abrazo.


Volviendo a la historia de este comentario, los católicos no éramos la única minoría religiosa ese año (el último antes de que empezara el tristemente célebre “Período Especial”). En Quintero había también un puñado de bautistas, pentecostales, metodistas y episcopales. El “gran total” de estudiantes cristianos sería entonces como una docena. Muchos de nosotros también nos conocíamos y llevábamos muy bien.

En un par de ocasiones acompañé a bautistas a sus cultos de sábados en la noche. Igual reciprocidad tenían ellos con nosotros. En general había un clima de respeto, aún cuando no concordáramos en algunas cosas. Pero el sentimiento de ser pocos, y de seguir Jesucristo, nos unía la mayoría de las veces.

Así fue que alguien propuso que nos juntáramos una noche a mitad de semana para rezar juntos. Decidimos reunirnos en la azotea de uno de los viejos edificios de la beca, generalmente eran “el B” o “el C”, que eran de más fácil acceso que los edificios más nuevos (como “el I/J” o “el E/F”). Durante estos encuentros semanales, de entre 30 y 60 minutos, conversábamos, bromeábamos, rezábamos oraciones que fueran aceptables por todos, a veces compartíamos una pequeña merienda… Estos “encuentros de azotea” se volvieron un punto de encuentro no sólo entre nosotros, sino también para otros estudiantes que tenían alguna “inquietud religiosa”, pero que todavía no se acercaban a la Iglesia.

El punto ecuménico más alto se alcanzó cuando algunos estudiantes africanos se unieron a nosotros. Recuerdo en especial un compañero mío de Biología que era musulmán, pero que de todos modos se sentía a gusto compartiendo con el grupo de cristianos. Fue una experiencia muy bonita.

El tiempo pasó y pasó (como dice la poesía de Martí) y la sociedad cubana de principios de los 90 se volvió más tolerante hacia las personas religiosas –por necesidad, interés, indiferencia… por lo que fuera, pero se respiraron aires menos pesados hacia las personas practicantes. Y entonces vino la “marea alta” de la Iglesia en Cuba, cuando muchos llenaron los templos buscando lo que afuera de ellos no podían encontrar.

Igual sucedió en los ambientes universitarios. Castor y yo, que habíamos quedado como los únicos católicos de la beca de Quintero  (al graduarse Tere y Caco), pronto nos volvimos los “decanos” de una plétora de nuevos católicos, que nos buscaban para comernos a preguntas sobre esa realidad eclesial tan nueva para ellos. Recuerdo muy bien largas noches, conversando hasta bien entrada la madrugada con varios de estos nuevos conversos. Su entusiasmo incansable. Sus justificaciones de por qué no se habían acercado antes. Y sus deseos de hacer muchas cosas.

Los grupos crecieron, y de pronto ya no era tan fácil decir cuántos católicos había en el conglomerado de la Universidad de Oriente. La “nueva hornada” tomó con energía y resolución su vocación y pronto fueron los líderes del grupo universitario, de las reuniones a mitad de semana en la azotea, de las conversaciones de pasillo sobre religión...

Un triste día Castor fue expulsado de la universidad por “diversionismo ideológico” (en un episodio famoso que amerita otro comentario por sí mismo), y de repente yo era el único “viejo” entre los católicos. El grupo ecuménico dejó de funcionar, pues ahora éramos demasiados como para caber en una azotea. Y había muchas actividades. Y muchas opiniones diferentes. Como todo lo nuevo, las cosas evolucionaban por minutos.

Yo todavía recuerdo con agrado aquellos encuentros ecuménicos espontáneos que organizamos en las azoteas de la beca santiaguera. Momentos de compartir lo que nos unía. Y de animarnos los unos a los otros. Nunca he sido un experto en “relaciones con otras iglesias”, pero me luce que estas iniciativas fueron una bendición. Quién sabe, a lo mejor algún día alguien escribe más de esto…

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